Sunday, October 15, 2006

La Melancólica Muerte de Chico Ostra




















Se le declaró en la costa,
y en la playa fue la boda.
Su larga luna de miel
en la isla de Capri fue.
Para la cena el mesero
les puso un solo platillo:
un gran caldo de mariscos.
La novia pidió un deseo.
Y el deseo se realizó.
Dio al fin a luz un bebé.
Pero éste ¿era humano o no?
Bueno, quizá. Tal vez.
Diez dedos en pies y manos,
y demás órganos sanos.
Podía sentir y escuchar.
Pero ¿normal? No, ni hablar.
Este engendro antinatura,
Este cáncer indecente,
Era la imagen viviente
de toda su desventura.
Ella se quejó al doctor:
“No es hilo de mi madeja.
¿De donde sacó ese hedor
a salmuera, pez y almeja?”
“Y ha sido usted afortunada.
Yo la semana pasada,
traté a una niña con pico
y tres orejas. ¿Me explico?
Si es mitad ostra su niño,
búsquese a otro a quien culpar.
-Y añadió con cierto guiño -
¿Se ha puesto a considerar
una casita en el mar?”
No sabían como llamarlo.
A veces le decían Carlo
y a veces -con voz perpleja-
“eso que parece almeja”.
Encogido el corazón,
Ninguno en verdad sabía
si el chico ostra algún día
rompería el caparazón.
Los cuatrillizos Montalvo
cierta vez se lo toparon.
Le espetaron un “¡Bivalvo!”
y enseguida se escaparon.
Una tarde en que llovía,
Carlo se sentó en la calle.
Y miró arremolinarse
el agua en la alcantarilla.
Aparcada en la cuneta,
conmovida y afligida,
su madre daba salida
a su congoja secreta.
Ya se habían acostado
una noche, y ella dijo:
“Cariño, huele a pescado
y yo creo que es nuestro hijo.
Y aunque dicen que una dama
debe callarse esas cosas,
me parece que le endosas
tus problemas en la cama.”
El probó cuanta loción
pudo hallar en el mercado.
Tenía el cuerpo colorado
y comezón, comezón.
Y de rascar y rascar
la piel le empezó a sangrar.
El doctor, tras una pausa,
dijo: “El remedio a su mal
podría ser su misma causa.
Las ostras, como sabéis,
dan gran potencia sexual.
Supongo que si os coméis
a vuestro niño podréis
saciar el ansia carnal.
Se acerco muy de puntitas,
muy a oscuras y en celada,
porque no notara nada
quien le daba tantas cuitas.
Y en voz muy baja le dijo:
“Carlo, queridísimo hijo:
no quisiera interferir
ni causarte desconsuelo.
Pero ¿has pensado en el cielo,
o te has querido morir?”
Carlo parpadeo al oírlo
pero no le dijo nada.
Su papi apretó el cuchillo
y se aflojó la corbata.
Cuando lo levantó en vilo,
Carlo le mojó el abrigo.
Y en su boca ya la valva,
se escurrió por su garganta.
En la costa lo enterraron,
en la arena, junto al mar.
Una oración murmuraron
y se fueron a cenar.
Una cruz que daba pena
marcaba su sepultura
y unas letras en la arena
prometían vida futura.
Pero al subir la marea
una ola grande y fea
borró sin pena ni gloria
para siempre su memoria.
De regreso en el hogar,
él se le empezó a acercar.
Le besó y le dijo: “Bella,
hagamos otra faena.”
“Pero esta vez –susurró ella-
pidamos que sea una nena.”

Thursday, September 14, 2006

UNA HISTORIA DE AMOR EN LA CORBETA ESMERALDA

Casi borrado por el humear heroico de la Esmeralda en el Combate Naval de Iquique, este suceso devela otras pasiones que navegaban a bordo del histórico buquecito.
Y si no fuera por el informe entregado por Gualterio Lekie, el médico de la embarcación, nunca hubiéramos sabido que en 1873, seis años antes de la famosa gesta del 79, mientras la Esmeralda surcaba alta mar en las olas crespas del Pacífico ondulante, cuando la tripulación dormía a raja suelta en el vaivén de la marea, el guardiamarina segundo Carlos Eledna no podía conciliar el sueño.
Y entre más trataba de relajarse, más fuerte era la calentura que lo revolcaba en el camarote, pensando en el paje nuevo que había llegado esa semana. El bello José Mercedes Casanga,
un jovenzuelo de nalgas apretadas por el pantalón blanco que usaban los aspirantes.
Desde que lo vio subir a bordo en Valparaíso, esas ganas de tenerlo en sus brazos no lo dejaban vivir, ni siquiera podía concentrarse en las órdenes que le daba el capitán Arturo Prat, también joven en ese entonces, pero envejecido prematuramente por la calvicie que ocultaba bajo la gorra.
Así, Carlos Eledna lo olvidaba todo ante la presencia del paje, que le preguntaba mil veces lo mismo, poniéndole esas caritas de cordero huacho cuando él pasaba revista a la tropa de marinos formados en cubierta.
Al parecer el grupo se había dado cuenta del flechazo y también le hacía ojitos porque le gustaba sentirse empelotado por la mirada ardiente de Eledna, siguiéndolo, sapeándolo cuando el chico se desnudaba para acostarse.
Tal pasión inconclusa era la tortura de Carlos, que, ahogándose de amor, salía a la cubierta desvelado para fumar un cigarrillo. Ya no le importaba el grumete anterior, con el cual había tenido un enlace secreto a través de varios viajes de la Esmeralda por el litoral central, pero era tan celoso, parecía una mujer enrostrándole cada trasnoche de farra en los puertos donde paraba el barco.
Este otro era diferente, parecía un huasito falto de cariño en su humildad de paje naval venido del campo. Esa noche, el viento esparcía una llovizna salada en la popa cuando descubrió la figura del joven flotando en la bruma. El cielo era un jirón de sargazos deshilachados que lo mantenían invitando, subiendo y bajando en ese coito estrellado de cielo y mar. Un ojazo de luna plateó sus cabellos cuando Carlos se acercó a sus espaldas, cuando el paje sin dejar de mirar el horizonte, y ni siquiera girar la cabeza, le preguntó-. ¿usted también sufre de insomnio?. Desde aquella noche en que pasó lo mejor y lo el paje y el guardiamarina segundo de la Corbeta Esmeralda, el navío fue el aposento nupcial donde la pareja de hombres dio rienda suelta al "amor que no se nombra".
Cada noche, en cada amanecer, Carlos gateaba por la cubierta en busca de su pajecito, su José Mercedes, su guagüita naval, que lo esperaba donde mismo, en esa parte del barco a donde no llegaba la guardia.
En ese rincón oscuro, donde la bandera al viento era un telón protector. Ahí mismo, el marinero lo bienvenía con su aliento de fiebre sumergida. Y eran tan felices anudados, empalándose uno sobre otro, que olvidaban la patria naval en los espolonazos de las cachas espumantes.
Ni siquiera la luz sucia del amanecer los despertó esa mañana cuando los encontraron, semi desnudos, abrazados al pie del mástil donde flameaba el pabellón que los arropaba levemente con su sombra movediza. Aquel violento despertar con el chapuzón de agua fría que les tiraron encima, fue el inicio de una pesadilla para los amantes descubiertos en cubierta.
Carlos sólo atinó a taparse sus partes intimas con su guerrera, y el pequeño paje se enroscó en su desnudez como un caracol avergonzado que se protege ovillándose.
Arriba, el círculo de capitanes los miraba con asco cuando Arturo Prat dio la orden de encarcelarlos separados para organizar el juicio.
El tribunal estaría compuesto por el alto mando de la corbeta formado por: Luis Lynch, Arturo Prat, Carlos Moraga, Miguel Gaona, Enrique Gutiérrez y el médico Gualterio Lekie, encargado del peritaje de los órganos sexuales de los acusados.
El hallazgo de semen fresco y pequeñas lesiones en el ano de los inculpados fueron pruebas suficientes para condenarlos por el pecado nefando o crimen sodomita, como se llamaba en aquella época al amor entre hombres. La sentencia dictaminaba diez años de cárcel para ambos en un presidio de Valparaíso, además de sesenta azotes a espalda descubierta en presencia de toda la tripulación.ഊLa mañana era fría cuando Carlos y José Mercedes se volvieron a encontrar en cubierta para recibir el castigo.
Los dos fueron amarrados al palo mayor y de un violento tirón les arrancaron las camisas. Apenas alcanzaron a mirarse, cuando el chicotazo del látigo les rajó la espalda con su caricia quemante.
La huasca del verdugo les abría la piel una y otra vez, uniéndolos en el mismo ardor, en el mismo prohibido amor, que en ese altar flotante de la patria pagaba su delito. El joven paje sólo resistió cincuenta azotes antes de desmayarse, vomitando hiel por la boca. Después fueron encarcelados hasta que la Esmeralda llegó a Valparaíso, donde fueron conducidos al penal para cumplir el resto de la pena.
Hasta ahí la mano temblorosa del médico deja constancia del hecho por escrito.
El resto nadie lo sabe. Pudo ocurrir que, después de los diez años de condena, Carlos Eledna y José Mercedes Casanga se encontraran nuevamente libres frente al mar.
Cuando ya no quedaban testigos de aquel juicio, porque Prat y toda la tripulación de la Esmeralda se habían inmolado seis años antes, el 21 de Mayo de 1879 en las rojas aguas del Combate Naval de Iquique. Y ellos, la pareja de amantes humillados, se perdieron la oportunidad de inscribirse como héroes en las páginas de la patria, pero ganaron algunas borrosas líneas en la oculta bitácora de la historia homosexual.

Pedro Lemebel

(Publicado en el Semanario The Clinic 25 de enero de 2001)

Saturday, January 21, 2006

Saturday, January 07, 2006

Tengo Ganas de Llorar


Tengo ganas de llorar,
entonces me siento con la espalda bien pegada a la silla,
echo para atrás la cabeza,
cierro los ojos y no dejo que nada se asome,
ni siquiera caen lagrimillas por los costados,
no sale nada.
Me tragué las lágrimas,
se están yendo a mi cabeza, las puedo sentir,
siento un hormigueo por toda mi cabeza,
son las lágrimas que están haciendo presión.
Me duele el cuello y la cabeza,
mi cabeza se está empezando a llenar de lágrimas,
me da miedo que se salgan por las orejas,
me estoy poniendo de lado y tapándome una de mis orejas con el hombro,
de esa manera no hay forma.
Me va a explotar la cabeza.
Es una presión de pena, una pena indescriptible.
Parece que ahora las lágrimas se están yendo por mi garganta,
porque se me está apretando el pecho y me está costando respirar.
Se quedaron en el cuello.
Si hasta me cuesta tragar.
En la garganta tengo una pelota de lágrimas.
Necesito vomitar de pena.
Ya está pasando la sensación.
Ya puedo respirar mejor.
Las lágrimas se deshicieron.
Voy a agacharme para que las lágrimas se vayan de nuevo a la cabeza.
Ahí se van a quedar.
En mi mente.
Ahí se van a enfriar, en mi razón."

Se Remata Lindo País

Demasiado barato quiere comprar este paisito, don Piñi; usted que va por la vida tasando y preguntando cuánto vale todo. Y de un guaracazo se compra medio Chiloé, con botes y palafitos incluidos. Con cerros, bosques y ríos, hasta que se pierde la mirada en la distancia, le pertenece a usted.

¿Cómo puede haber gente dueña de tanto horizonte? ¿Cómo puede haber gente tan enguatada de paisaje? Me parece obscena esa glotonería de tanto tener.

Me causa asombro que, más encima, quiera dirigirnos la vida desde La Moneda.

Muy barata quiere rematar esta patria, don Piñi, y sólo con un discurso liviano de boy scout buena onda. Pura buena onda ofrece usted, don Piñi boy, como si estuviera conquistando al populacho con maní y papas fritas. Nada más, el resto pura plata; empachado de money, quiere pasar a la posteridad sólo por eso. Porque cuando cita mal a Neruda se nota que a usted le dio sólo para los números y no para la letra.

Es decir, usted es puro número y cálculo, señor Piñi, poca reflexión,

Poco verbo, poca idea, aunque esa es la única palabra que usa entre sus contadas palabras efectistas. Buena onda y futurismo. Las heridas se parchan con dólares. La memoria queda atrás como una tétrica película que olvidar.

Sin vacilar marchar, que el futuro es nuestro (parece himno de la juventud nazi). Así arenga usted a este pueblo embelesado con los adelantos urbanos hechos por la Concertación. Nadie sabe para quién trabaja, y usted la encontró lista.

O sea, usted se pasa de listo, don Piñi. Quiere hacernos creer que siempre fue demócrata, pero lo recordamos clarito sobándole el lomo a la dictadura, haciéndole campaña a Büchi, amigote de la misma patota facha que le anima la campaña. Los peores, la gorilada del terror. Parece que este suelo nunca aprendió la lección, ni siquiera a golpes, y con facilidad se traga el sermón de la derecha pinochetista, ahora remasterizada con piel de oveja neoliberal. Pero son los mismos de entonces, soberbiamente gozando los privilegios de la democracia que conseguimos nosotros, y sólo nosotros, porque también yo dudo que en el plebiscito votara que no simpatizando por la derecha. Mire usted qué fácil le resultaba tratar de transformar el Mapocho en un Sena con sauces. Puro arribismo, intentar domesticar con terracitas y botecitos parisinos a nuestro roto Mapocho, quizás lo único rebelde que le va quedando a esta ciudad. Qué delirio, míster Piñi, ¿por qué no se va a Europa si cacha que nunca va a poder blanquear la porfiada cochambre india de nuestra raza? Quizás todo el país se acuerda de usted formando parte de la nata panzona del derechismo empresarial. Por entonces, en aquella época de terror, quien hacía fortuna de alguna manera era a costa de las garantías de la represión. Usted llenaba sus arcas, don Piñi, y nosotros sudábamos la gota gorda, o la gota de sangre. Fíjese que no se nos ha olvidado, y nunca se nos olvidará, aunque a usted le reviente que el pasado aflore cuando menos se lo espera. A usted ni a sus yuntas de pacto les conviene el pasado, por eso miran turnios y amnésicos al futuro.

Su discurso Disneyworld, míster Piñi, no resiste análisis, y sólo el arribismo miamista de algunos chilenos le compra su receta de vida fácil, su filosofía banal de texano paticorto. Usted me recuerda a Bush, a Menem, Piñito. Es la nueva derecha titiritesca y farandulona. Puro show, pura foto tecnicolor de mundo feliz con sus sombreros republicanos en el Crown Plaza. Pero le falta la cultura a su centroderecha inmediatista. No hay peso intelectual en su carnavaleo de propaganda. Nada más que modelos tetudas y parientes de hippysmo revenido. Demasiado barato quiere rematar este país, Piñito. Ni siquiera basta con su cátedra fantasma en las aulas de Harvard. Tampoco, usar de propaganda la limosna que puso por mi amiga Gladys en sus últimos momentos; eso es muy feo, y de mal gusto. Sobre todo para usted que es tan humanista cristiano. Porque usted es pillo, Piñín. Quiere sacar adherentes de todos lados, como si este país fuera sombrero de mago. Lástima que la oferta de su vanidosa feria de variedades huele a ventaja populista. Nada más, don Piñi; el resto, esperar con cueva lo que ocurra en el transpirado enero.

Pedro Lemebel

diciembre, 2005.